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Perros de Estado (Segunda Parte)

11 ene 2009

El futuro perro de Obama
Sin aún existir, últimamente ha generado acaloradas discusiones el perro hipoalergénico y de perrera que Barack Obama ha prometido a sus hijas para su llegada a la Casa Blanca.



Hasta un refugio canino madrileño ha ofrecido al demócrata a Happy, un perro mestizo con algunos problemas. Incluso, han llegado a pedir a Obama que adopte un gato y rompa con la tradición presidencial estadounidense de tener sobre todo perros (no sería el primero, Jimmy Carter tuvo un gato siamés).

El entrenador canino César Millán cree que la nueva mascota del Despacho Oval no ha de ser ni muy ladradora ni poco mordedora, que debe tener «un nivel de energía medio, quizás un caniche», pero en todo caso, tratarse de «un líder». En su opinión, el liderazgo animal y el humano suelen ir juntos.

... Y revueltos andan Pharos, Dottie, Emma, Linnet, Rush, Minnie, Monty. Whisky, Pavos, Swift, Blondie, Susan, Tinker, Pickies, Chipre, Piper, Harris, Brandy, Cider y Berry, algunos de los cincuenta perritos corgi (pastor galés), labradores y spaniels de Isabel II.





En su 80 cumpleaños muchos británicos lucieron por Londres globos con forma de corgi a modo de felicitación para su majestad.

A la reina también le gusta la cría de caballos; cada temporada presenta 25 para competir. Es que en la casa real británica no se quedan cortos en lo que atañe a las mascotas.
Existe un antiguo estatuto fechado en 1324 y firmado durante el reinado de Eduardo II por el que se establece que «también pertenecen al rey ballenas y esturiones que se encuentren en los mares que él domine». Si alguno de los peces reales es capturado a menos de tres millas de la costa puede ser reclamado en nombre de la Corona británica. Asimismo, Isabel II es propietaria de 88 cisnes del río Támesis.

Vegetarianos, tal para cual
De una vaca, Ofelia, que descansa en su rancho de Texas, lo es también el presidente todavía en funciones George W. Bush.

Vegetariano se hizo el mastín Brodi -ya fallecido- del presidente esloveno Janez Drnovsek al poco de que su amo renunciase a la carne. Ambos se acompañaron durante un tiempo en los placeres de la dieta ovo-lácteo-vegetariana.



Tenía delicada salud el conejo Lisis: la mascota del presidente letón Valdis Zatlers murió a causa del estrés relacionado con la mudanza a la residencia presidencial. El animal tenía una capacidad formidable para diferenciar a las personas por su genio y enseguida enseñaba los dientes a quien le caía mal.



Otro que agotó sus siete vidas fue Humphrey, el gato de Downing Street. La carrera del felino arrancó bajo la protección de la primera ministra conservadora Margaret Thatcher. La dama de hierro lo adoptó tras verlo merodear cerca de la residencia oficial. Como en las novelas de Charles Dickens, la suerte de Humphrey dio un vuelco: de la noche a la mañana pasó del duro asfalto a las mullidas alfombras por las que pisaban los grandes de este mundo.

Cuando Thatcher tuvo que marcharse, su sucesor, John Mayor, heredó a Humphrey como una parte más del patrimonio nacional. Los años pasaron con alguna escapada esporádica del animal, pero sin sobresaltos.
Debió de pensar que sus días acabarían ronroneando por los pasillos de la mansión, pero se equivocó.
Seis meses después de la victoria laborista en 1997, Cherie Blair lo mandó a una residencia. Poco después, el equipo de Blair señaló que sufría una dolencia hepática. Murió en un dorado exilio.

Cherie Blair, esposa del Primer Ministro Tony Blair posando con el gato Humphrey, en los jardines de Downing Street en Londres.



A sus anchas anduvo también durante un tiempo la perra negra Connie del ex mandatario de Rusia Vladimir Putin, que se paseaba libremente por los pasillos del Kremlin sin importar si había o no invitados. Una vez, una propuesta de ley del Parlamento ruso que limitaba la posesión de canes de ciertas razas, entre ellas la de Koni, puso en aprietos a Pitin. Por suerte, la iniciativa no fue aprobada.



La esposa de Putin tenía un caniche, Tosya, que ha pasado a la historia con un discreto papel.

Al contrario del que representa en el palacio presidencial de Kabul un perro de color naranja que echa por tierra toda imagen de autoridad y seriedad. Es propiedad del presidente afgano, Hamid Karzai, y su vigilancia personal lo utiliza para los registros a la entrada de su residencia oficial.


Tintado con hena, el animal da a la estampa un carácter cómico.

Rescatar del olvido la raza de Nevado, el perro que acompañó a Bolívar en su lucha independentista, es lo que quiere ahora el presidente venezolano, Hugo Chávez. Para ello ha puesto en marcha la crianza de seis de estos canes -Nevado, Niebla, Queipa, Neblina, Luna y Guardián- en la montaña que separa Caracas del Caribe, donde se dan unas condiciones ambientales similares a las de los Andes, el lugar de donde provienen.

Su importancia en la historia boliviana surgió después de que Simón Bolívar llegara a la población de Mucuchíes. En una mansión local fue recibido por Nevado, que, a pesar de ser un cachorro, no se amedrentó e impidió el paso a los hombres del Libertador hasta que llegó su amo.


En la plaza Bolívar del pueblo de Mucuchíes, como homenaje a esta gran amistad, se encuentra la escultura del indio Tinjacá y el Perro Nevado, junto a Bolívar.

Un mismo destino
Recordemos a otro animal de Estado, Blondi, de Adolf Hitler, un regalo de su secretario personal, Martin Bormann. La perra pastor -alemán, naturalmente- tuvo cinco cachorros con Harrass, de su misma raza -¡nada de mezclas!-, cuyo dueño era uno de los arquitectos del dictador. A uno de ellos lo bautizaron Wolf, el apodo preferido de Hitler.




Blondi permaneció en todo momento al lado del Fürher, incluso cuando éste tuvo que transladarse a su búnker durante la toma de Berlín. Al animal lo mataron con cianuro para que no fuera capturado por los rusos.

Dos días después, Hitler y su esposa se suicidaban. Lo que pasó después no está claro. Una versión cuenta que la perra fue enterrada junto a sus cachorros vivos. La más extendida revela que cuando los soviéticos llegaron al búnker del Fürher encontraron sin vida a Blondi y a uno de sus cachorros, pero no a los otros cuatro. Se dice que la muerte de su fiel mascota fue lo único que dolió a Hitler.

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